Como nunca es tarde si de historias, recuerdos y análisis del béisbol y sus protagonistas se trata, descubre a través de esta columna de “Lo Mejor del Siglo XXI” qué jugadores merecieron los mayores honores por sus actuaciones madero en mano, y quiénes fueron los lanzadores más consistentes del juego. ¡No habrá límites en nuestra cobertura! ¡Espera cada entrega! Simplemente, ¡playball!
Desde el mismo inicio en que regresó la implementación del bate de madera en el playoff Semifinal de la 38 Serie Nacional, temporada de 1998-1999, la preocupación sobre una estrepitosa caída del llamado ‘poderío ofensivo’ rodeó como una nube negra al béisbol cubano.
Para entonces, luego de 22 Series Nacionales y, al mismo tiempo, 21 Series Selectivas (1975-1995) y dos Copas Revolución (1996-97') donde se usó ininterrumpidamente el bate de aluminio, el primer impacto de los bateadores con los nuevos maderos en sus manos fue bien preocupante, bajo la presión de aquella postemporada. De haberse promediado una línea de .287/.358/.391 en la temporada regular de la 39 Serie, el rendimiento general bajó de manera sorprendente hasta .211/.286/.269.
Eso fue en los resultados periféricos, pero en cuanto al poder, la frecuencia de jonrones subió de 76.5 a 113.1 cada aparición al rectángulo de bateo. La regresión fue tan apreciable, que solo basta con comparar los OPS de .749 y .555, este último durante los playoffs semifinal y final. O sea que, a nivel general, el golpe psicológico de estar acostumbrados a batear con el bate de aluminio fue difícil de manejar al menos en esos inicios utilizando la madera.
Al final, todos los equipos terminaron con average por debajo de .232, con Industriales como líder (.231) en 14 partidos, dejando atrás en average ofensivo a Santiago de Cuba (.210), Isla de la Juventud (.197) y Guantánamo (.181). En todo el playoff, los Piratas de la Isla fueron los únicos que no pudieron conseguir jonrones, y cerraron con apenas 1.5 carreras por juego.
Bajo esa incertidumbre colectiva, a pesar de que hubo desafíos dominados por los jonrones —cuando la “Aplanadora” santiaguera remató a los Azules para ganar el título—, comenzaba una nueva “era” totalmente desconocida para casi todos los jugadores. Sin embargo, el principal atractivo que teníamos por delante era ver qué bateador podía dominar a los lanzadores de la liga. ¿La mayoría de los que deshilaban la pelota empalmando el aluminio lo harían con la madera? ¿Se vería realmente qué jugadores tenían talento?
Esa y otras preguntas demoraron un poco en ser respondidas, pero con la muestra de aquellos primeros cinco años ya podíamos sacar conclusiones al respecto, sobre todo porque hubo un protagonista que se fue por encima del nivel: El jardinero de los Leñadores de Las Tunas, Osmany Urrutia.
A inicios de este Siglo XXI, la irrupción de Urrutia marcó una huella imborrable en la historia del béisbol cubano, dando un salto de nivel que le abrió espacio entre los bateadores más consistentes y respetados en Series Nacionales. Pero, cuando miro atrás, ¿sabes qué recuerdo guardo de manera intachable en mi memoria? ¿Cómo me impactó realmente el clásico número “46” de los Leñadores tuneros? Tal vez a usted también le sucedió: Urrutia fue sorprendente.
Y creo que no sólo superó mis expectativas, ¡también destrozó lo que indicaban las proyecciones más lógicas que podíamos esperar sobre su progreso en el plato!
Antes de ganar la primera de sus seis coronas de bateo —cuatro de ellas sobre los .400 en una liga cubana donde aún abundaban varios brazos azotadores—, y convertirse en el primer bateador tunero con múltiples títulos de bateo, Urrutia era un fornido jardinero de 28 años del cual se esperaba mayor explosión de poder. De hecho, un año antes en aquella 39 Serie, donde los bateadores sufrieron por el pobre bote de la pelota “Batos”, Osmany registró apenas un jonrón en 288 PAs. Su slugging, que había mostrado un pico de .416 en 1999, bajó a .401 en el 2000.
Entre sus otras habilidades, Urrutia contaba con buena potencia en el brazo y una agresividad ofensiva que justificó a base de buenos promedios, pero portando el aluminio sus métricas nunca revelaron que podría ascender como un bateador de .400 al nivel de la Serie Nacional de 90 juegos tras el regreso del bate de madera. De igual manera, su velocidad nunca fue de las mayores virtudes que exhibió dentro del campo, aunque no era de los peores corredores del juego.
Por esas razones, en abril del 2000, cuando Urrutia cerraba su temporada de .327/.392/.401, con apenas un jonrón y 27 remolcadas, nunca pensé que estábamos en presencia de quien se convertiría en la próxima máquina de bateo a inicios del Siglo XXI. Precisamente en aquel juego final de la 39 Serie entre Las Tunas y Ciego de Ávila, cuando Ermidelio Urrutia (primo de Osmany) jugaba el último partido de su carrera, el shortstop avileño Yorelvis Charles ganó el título de bateo con .353 de promedio.
El 12 de abril de 2001, exactamente un año después del liderazgo de Charles, Urrutia se inscribió en los anales de la historia del béisbol cubano, luego de pegarle de 2-1 al pitcheo avileño, para cerrar con promedio de .431 (290-125) y convertirse en el primer bateador en romper la barrera de los .400 con bate de madera. De ahí en adelante, el promedio más bajo en Series Nacionales del ídolo de “Macagua ocho” fue .312, el OBP .398 y su slugging de .474 en la 48 Serie, su 16ta y última temporada.
Sin embargo, al analizar el impacto de Osmany Urrutia Ramírez, el quinquenio entre 1999 y 2004, cuando regresó la utilización del bate de madera, sigue siendo mi favorito dentro de su inigualable consistencia en el arte para conseguir éxito sobre el plato. Y no me refiero únicamente a lo que hizo, sino cómo lo hizo, sin depender de la velocidad de sus piernas, a pura habilidad de contacto: Ganó los antes mencionados seis títulos de bateo, cinco de ellos consecutivos entre 2001 y 2005 (.431, .408, .431, .469 y .385), ¡cuatro de ellos sobre los .400!
Esa última temporada de los cuatro liderazgos consecutivos, Urrutia la cerró promediando .303 entre el 11 de febrero y el 10 de marzo de 2005, un “slump”—¡si así podría llamarse!— que provocó su caída de .414 a .385.
De cualquier manera, aunque no haya logrado la hazaña de extender sus cinco cetros de bateo consecutivos registrando promedios por encima de .400s, Urrutia marcó época en el béisbol cubano con un swing de alcance brutal cuando sus manos se balanceaban sobre el home.
¡El talento natural era impresionante!
Sí, en no pocas ocasiones usamos ese calificativo, pero esta vez no podría haber sido mejor empleado. Lo vi sacudir todo tipo de pitcheos, combinando agresividad con paciencia en el momento adecuado. Podía golpear en cualquier punto de la zona de strike, aunque su fuerte eran las pelotas bajas. Daba igual si el slider rotaba bien hacia afuera o la curveball hiciera una gran parábola o la bola rápida fuese bien adentro: Contra el swing de Urrutia, la efectividad de los lanzadores estaba en el comando, y ser cuidadoso durante cada conteo.
A lo largo de la década de 2000, Urrutia viajó en 3,037 ocasiones por el plato y se ponchó apenas 110 veces con corredores en bases. Eso te dice que, a pesar de obtener gran éxito cuando chocaba la pelota, produciendo un promedio de .435 con bolas puestas en juego, Urrutia fue creciendo como un bateador impredecible. No había realmente un patrón para dominarlo. ¿Cómo podía ser posible? ¿Qué? Los números, cuando son utilizados de forma correcta, son capaces de ofrecer interesantes tendencias. Sin embargo, esto demuestra que aun así es difícil definir su perfil de contacto: El 30.1% de las conexiones de Urrutia fueron hacia el left-center. Hacia el centro, envió el 26.1%, y el 33.0% rumbo al campo opuesto.
Si nos ubicamos en el béisbol moderno, los “shifts” habrían sido un fracaso para intentar detener la brillantez de Urrutia. Nunca reveló las muestras suficientes de vulnerabilidad para asegurar que era fácil derretir su swing en una zona determinada o conteo favorable. Y eso lo hacía un bateador aún más sabio, exitoso y duradero, como sucedió en la década del 2000, a través de una carrera donde luego de saltar a la élite del béisbol cubano con el primero de sus seis títulos de bateo, nunca recibió más strikeouts que bases por bolas en una temporada.
Fue algo fuera de serie que, cuando lo apilas todo alrededor de este lapso entre 1999 y 2004, la historia se hace aún más hilarante: Urrutia dejó esta línea que parece imposible de contener en 1,559 PAs (apariciones en home), registrando .412/.488/.589 (AVG/OBP/SLG), con 1.077 OPS, 52 HR y 272 RBIs en 381 juegos. Ya que fue tan preocupante para quienes juzgaban el poder ofensivo de Osmany, también deberías recordar esto: En dicho quinquenio (99’-04’) sus 52 jonrones lo colocaron en el 14to puesto, pero las 272 empujadas en apenas el séptimo —El inicialista del equipo Habana, Pedro Arozarena, lideró la liga con 311 RBIs—.
Cuando un bateador consigue promediar por encima de .400 y lo hace de manera estable por varios años, difícilmente no haya sido implacable contra varios de los lanzadores más dominantes del juego. Entonces, ¿te sorprendería encontrarte números como este?: Urrutia le bateó .433 a Pedro Luis Lazo y .381 a Adiel Palma, quienes asumieron dos de los principales roles de pitcher derecho y zurdo, respectivamente, en la década del 2000. Pero si vamos a los resultados generales del tunero, he aquí otra muestra salvaje: Registró un OPS de 1.054 contra derechos y 1.017 frente a zurdos.
Luciendo .366 de promedio, Urrutia cerró ocupando el segundo mejor puesto de todos los tiempos —solo superado por Omar Linares (.368)—, producción que ayudó a esculpir su .443 OBP, el noveno en Series Nacionales entre bateadores con al menos 1,000 apariciones en home. Y, aunque Osmany fue criticado por su producción de jonrones (bateó 131 de por vida, uno cada 35.2 visitas al home), tal vez el batazo que más se esperaba recordando sus cualidades físicas, el honorable bateador tunero terminó su carrera con el décimo mejor OPS (.970) del béisbol cubano.
Nueve años después de su retiro, Jorge Yhonson ha sido el único bateador tunero capaz de ganar un título de bateo sobrepasando la barrera de los .400, cuando promedió .408 en la 57 Serie Nacional. Sin embargo, a través de la historia, ningún otro bateador ha podido ganar dos títulos de bateo promediando .400 en el béisbol cubano, incluso en tiempos donde la calidad del pitcheo dista mucho en comparación con la “era” donde reinó Osmany Urrutia.
Con bate de aluminio, Omar Linares fue el único en lograr dicha hazaña de dos coronas de bateo consecutivas, en 1985-1986, promediando .409 y .426, respectivamente. Desde finales de la década del 90, tuve la inolvidable experiencia de haber visto jugar al “Niño Linares”. También guardo recuerdos de los lineazos salvajes que salían del bate de Urrutia, cuando su madero encendido sacudía la pelota hacia el centro del parque.
He visto a otros grandes bateadores, pero mi pregunta, recordando tanto a Linares como a Urrutia unidos en un mismo contexto, se yergue entre dudas: Apenas pasadas las dos primeras décadas de este Siglo XXI… ¿Volveremos a ver bateadores implacables de diferentes estilos y habilidades para conseguir éxito como ellos?
Siendo honesto, tengo la esperanza de que sí, mientras canalizo los recuerdos de Urrutia, el “Señor .400”, uno de los grandes peloteros cubanos de todos los tiempos.
(Foto: Osmany Urrutia/Granma)
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