En esta pretemporada, Yirsandy Rodríguez retomará su columna contándonos las historias de varios de los jugadores más subvalorados del béisbol cubano en este siglo XXI. Inicialmente, habrá una historia cada semana y, luego, a medida que avance la pretemporada en este invierno, esta serie de “Los subvalorados del béisbol cubano” podría aparecer más de una vez por semana. Sí, será divertido y emocionante recordar a varios de los peloteros que quizás no llegaron a ser superestrellas, pero definitivamente aportaron grandeza y entrega a sus respectivos equipos. Esperamos que te sumes a este viaje por el tiempo y lo disfrutes.
Si se trata de ir en busca del primer bate ideal en el béisbol cubano, Enrique Díaz es uno de los hombres imprescindibles en la conversación.
Habilidad para poner la bola en juego, velocidad corriendo las bases y suspicacia para robar, exprimir a los lanzadores en el conteo y embasarse con frecuencia buscando anotar, son varias de las cualidades que esperamos de un primer bate ideal. Y de todas esas herramientas difíciles de unir en un bateador, Enrique Díaz no sólo cumplía cada una de ellas, sino que también fue capaz de extender sus virtudes a través de 26 Series Nacionales.
En su carrera entre los 19 y 43 años, “Enriquito” fue básicamente el mismo bateador que se destacó por un consistente swing de contacto, la dedicada disciplina en el plato y su impresionante velocidad. De hecho, fue tan estable en diferentes épocas de su carrera que, más allá de sus récords, la explosión de su talento le permitió una longeva y estable carrera.
Si prefieres ver la evolución de cómo fue dando un salto de nivel y luego se mantuvo sobresaliendo como pieza clave en los equipos que jugó a lo largo de sus 26 series, aquí hay una muestra reveladora: A los 20 años en la 27 Serie Nacional, Enrique Díaz registró 23 bases por bolas, 20 strikeouts y se robó 15 bases. ¿Diez años más tarde? Con 30, acumuló 51 bases por bolas, 48 strikeouts y 38 bases robadas en la 37 Serie Nacional. Y, una década después, a los 40, acumuló 41 bases por bolas, apenas 23 ponches y 11 bases robadas.
En 2012, cuando jugó a los 43 años su última temporada con Metropolitanos, tomó 69 bases por bolas —30 más que sus ponches—, se robó ocho bases en nueve intentos y produjo .384 OBP.
Así puedes resumirlo todo: “Enriquito” registró .366 OBP a los 20 años… Pero, a través de los años seguía conservando su tenacidad y suspicacia en el plato: Marcó .403 OBP a los 30, y .384 a los 43. ¡Eso fue impresionante! De hecho, no todos los jugadores que jugaron más de 20 series han podido retirarse con el admirable estado de forma de “La Bala de Centro Habana”, quien como primer bate, a los 43 años (jugó 91 partidos) seguía acumulando turnos con eficacia, embasándose y anotando carreras.
El valor: Más allá de los números
Quienes apreciaron la carrera de Enrique Díaz, probablemente estén de acuerdo en que su principal grandeza como atleta no está reflejada en ninguno de sus récords. Ni en los 2,378 hits, que dejaron atrás la marca de Antonio Pacheco (2,356), ni sus 100 anotadas en 2002-2003 (el récord aún vigente para una temporada), sus 99 triples, los 55 robos en 65 juegos durante la 32 Serie Nacional o las 726 bases robadas que parecen inalcanzables.
¡Ninguno de esos!, porque la contribución de Enrique Díaz a cada equipo donde jugó, fue incuantificable en números. Su legado como figura impulsora, los consejos que les brindó a los atletas más jóvenes y su entrega en pos de unir al equipo, trascenderán aún más que todos sus honorables récords.
Ese papel que jugó “Enriquito” como un puente entre sus compañeros y la dirección del equipo, buscando el importante enfoque del team work, fue clave para las victorias. “El aporte de Enrique fue vital en todos nuestro campeonatos, pero no sólo lo que logró en el terreno, porque su capacidad para ser un líder fue decisiva dentro del grupo”, me dijo Rey Vicente Anglada cuando le pregunté sobre la influencia de “Enriquito” más allá de su calidad como jugador.
Cuando aprecias ese extra que Enrique Díaz fue capaz de entregar a lo largo de su carrera, pensando más en victorias que números, no cabe duda que haberlo visto en acción derrochando su energía sobre cualquier almohadilla fue emocionante. Sí, era una combinación de expectativas y estrés que, cuando “La Bala de Centro Habana” entraba en circulación, se robaba el show captando miradas fijas en espera de un robo de bases.
A veces, no importaba quién fuera el bateador de turno porque, preferiblemente en los primeros dos lanzamientos del pitcher, eran altas las probabilidades de que “Enriquito” saliera en busca de la siguiente base. Lo hacía ante la custodia de cualquier batería de cátcher y pitcher.
No le interesaba el constante esfuerzo, y si debía regresar una, dos, tres, cinco o seis veces a causa de varios fouls, porque Enrique volvía con la misma agresividad a ponerle alma y corazón a la carrera con una sola meta: Entrar al plato. Pisar el home. Anotar una carrera más para su equipo y, como ocurrió a lo largo de sus años en activo, concederle una remolcada a cualquiera de sus compañeros, alcanzando una base adicional inalcanzable para otro corredor.
“No podías dejar de cuidarlo”, dijo Lázaro Valle sobre Enrique Díaz en una ocasión mientras analizaba un juego junto al estelarísimo zurdo lamentablemente desaparecido, José Modesto “El Chiqui” Darcourt. “Tanto pitcher o cátcher, si no muestra control de la situación, en un abrir y cerrar de ojos Enrique te robaba la base”, recuerda el supersónico que inmortalizó el número “21” con los Industriales y el equipo Cuba.
“Él (‘Enriquito’) va a salir una y otra vez, por eso hay que cuidarlo”, agregó Darcourt. “Esa habilidad natural que tiene Enrique, un don especial como corredor para robar, le permite a veces lograr su propósito incluso sin coger tanto espacio en primera, por eso hay que incomodarlo, no dejar que haga el trabajo tan fácil”. Sin embargo, a través de su carrera de 26 temporadas con 1987 juegos jugados, Enrique Díaz desbordó su perseverancia de forma admirable hasta los 43 años, evadiendo lesiones y duros momentos al ser constantemente un jugador subvalorado.
Legado: El leadoff ideal
Nunca fue poseedor de un portento físico como para estar al nivel de varios intermedistas sluggers de su época, y sus habilidades defensivas no eran extra clases, pero “Enriquito” supo explotar la grandiosa virtud que fue consagrando con el paso de los años en el béisbol: La sensacional velocidad que desplegaba corriendo las bases. Pero, además, la típica postura que esculpió —con las piernas bien abiertas y los brazos listos para un golpe en diagonal—, antes de desatar un swing de contacto capaz de rociar pelotas de béisbol preferiblemente hacia territorio del right-center.
Con esas herramientas, Enrique demostró que, cuando compites a un alto nivel —recordando el gran reto de sobresalir en su época—, los bateadores deberían buscar y explotar sus potencialidades a veces ocultas. A partir de saber cómo y qué podrían desarrollar, es muy importante conocer sus funciones dentro de un lineup. Y así lo hizo a través de su carrera de 26 años, donde produjo constantes OBPs por encima de .400 (18 veces en 26 campañas), en 19 de sus series robó al menos 20 bases y en 14 anotó más de 50 carreras.
En otras palabras, fue un bateador altamente productivo usando su velocidad e inteligencia en función de la ofensiva, pero la clave en cada acción siempre estuvo bien definida para “Enriquito”: Crear carreras. Contribuir de cualquier manera posible, como lo hizo registrando esta respetable línea de .306/.429/.346 y 96 carreras producidas en 81 juegos de playoffs.
Como siempre me complace agregar, cada estadística en el béisbol representa una situación, y cada situación una asignatura pendiente en pos de producir. Y para responder a cada responsabilidad, hay jugadores más versátiles y hábiles que otros, independientemente de sus virtudes físicas o herramientas. Por esa razón, sin dudas no es nada fácil para un jugador cumplir de forma consistente los diversos retos situacionales que se presentan, pero Enrique Díaz lo hacía con clase y eficacia como hombre proa.
Fue capaz de decidir juegos, incluso utilizando la maestría de halar un lanzamiento para evadir la típica formación que respondiera a su tendencia de batear hacia el lado opuesto del campo (¡de rolling o línea hacia el right-center, por excelencia!).
Impulsó carreras decisivas, convirtió rodados mansos en hits, sencillos en dobles, dobles en triples, robos de una base en un paseo libre por el circuito hasta una almohadilla más y contribuyó al estrés de casi todos los lanzadores que enfrentó.
Su nivel de concentración y definición fue tan sorprendente, que con apenas 31 jonrones, logró más fly de sacrificio (36) que 49 bateadores capaces de acumular al menos 100 jonrones en Series Nacionales: Leonel Moas (31) y Alfredo Despaigne (29) son los dos nombres más notables en dicha lista.
“Me encantaba batear detrás de Enrique, en el segundo turno”, me dijo Carlos Tabares en una ocasión mientras estaba en activo, sobre su experiencia cuando conformó la dupla de ‘one-two’ junto a “La Bala de Centro Habana” desde 2002. “Detrás de Enrique, había muchas ventajas. Pocos lanzadores tiraban pitcheos rompientes, porque la bola rotaba más lenta y eso le daba la oportunidad a Enriquito de robar”, fue una de las situaciones ventajosas para Tabares.
“Entonces, conseguir más rectas era una ventaja importante para poder armar una jugada de ‘hit and run’ o toque de bola sorpresa, la estrategia que se decidiera (Rey Vicente Anglada dirigía por aquellos años a los Industriales que ganaron tres campeonatos durante cuatro finales en la década de 2000), y todo funcionaba con suma comodidad”.
Así que no sólo podemos agregar que la velocidad de Enrique Díaz fue capaz de propiciarle beneficios individuales, pues también resultó decisiva para obtener campeonatos en un deporte que se gana por carreras. Pero, como agregó Tabares, y en una ocasión Javier Méndez —quien remolcó varias veces a Enriquito en su temporada récord con 92 RBIs en 2002-2003—, la principal clave era esa magistral combinación de funcionalidad y habilidades mezcladas por “La Bala de Centro Habana”.
Embasarse + robar bases o colocarse en posición anotadora y desgastar a los lanzadores = anotar o producir carreras. Con esa fórmula, Enrique Díaz viajó 26 series y fue brillante en un nivel donde pocos leadoff han podido llegar. Se embasó 3,984 veces cuando sumamos sus 2,378 hits, 1,441 y 165 deadballs permitidos. ¿Otra hazaña notable?: Con sus 270 dobles, 99 triples y 726 bases robadas, fue capaz de llegar a posición anotadora en 1,095 veces, gracias a su propia habilidad de piernas.
Con ese intocable registro, Víctor Mesa terminó siendo el contendiente más cercano de “Enriquito”, pero quedó a 108 unidades (987).
Épico: ¡55 robos en 65 juegos!
Recordando a Víctor y “Enriquito”, dos grandes robadores en la historia del béisbol cubano, es imposible dejar de mencionar la temporada de 1992-1993. En aquella inolvidable 32 Serie Nacional, Enrique Díaz implantó el récord vigente de 55 bases robadas en apenas 65 juegos, rompiéndole la marca de 52 al villaclareño Juan “Canillita” Díaz Olmos.
El robo número 53 de “Enriquito” fue el 20 de enero de 1993 en el estadio Victoria de Girón, cuando le estafó la intermedia al cátcher matancero Daniel Manrique, 25 años después del récord de “Canillita” en la VII Serie Nacional de 1968. Pero, aún más sensacional que eso, fue cómo “La Bala de Centro Habana” estafó 53 almohadillas más al año siguiente, para totalizar 108 en 129 juegos durante aquellas 32 y 33 Series Nacionales.
¡108 robos de bases en 131 intentos! ¡131 intentos de robo en 129 juegos! Ese fue un gran momento histórico para “Enriquito”, quien luego reinó hasta sus últimos días en activo siendo el máximo robador de bases en el béisbol cubano. Pero, como siempre comentó Enrique Díaz, nada se compara con la experiencia de ser campeón nacional. Y ese sabor de la gloria Enrique no lo pudo probar en los primeros 16 años de su carrera, 15 de ellos jugando con Metropolitanos.
Consagración con Metros: La gloria con los Industriales
Una de las principales razones por las que “Enriquito” desarrolló más de la mitad de su carrera sin vestir de Azul, fue que tenía a Juan Padilla delante, como figura principal de la intermedia en Industriales. Sin embargo, luego de la postemporada del 2000, lamentablemente Padilla sufrió un trágico accidente doméstico en el que perdió un ojo y vio truncada su carrera de 17 temporadas.
Con esa sensible pérdida de uno de los estelarísimos segundas bases que han pasado por el béisbol cubano, Enrique Díaz se perfilaba como uno de los mejores jugadores para remplazarlo. Pero de cara a la 40 Serie Nacional, el cambio no fructificó, y “Enriquito” volvió a vestir el uniforme de Metropolitanos.
De hecho, en aquella 40 Serie Nacional, “La Bala de Centro Habana” dejó par de récords personales, con seis jonrones y 120 hits en 90 juegos, mientras Industriales probó al novato Yunel Escobar y Wilber de Armas como primeros sustitutos de Padilla en segunda base. Ya para el año siguiente, en 2002, con la entrada de Rey Vicente Anglada como manager, “Enriquito” fue subido y rápidamente se hizo sentir, contribuyendo como uno de los principales bateadores en el lineup.
En ese propio año, después de una temporada donde se embasó 195 veces en 90 juegos y anotó 71 carreras con un OBP de .442, “Enriquito” cometió un error fatal que le dio vida a Pinar del Río en el Juego 4 del playoff de ¼ de finales. Y, aunque los “pativerdes” se veían muy superiores a los Azules —de hecho tenían la serie 2-1—, aquella pifia y luego el jonrón de Daniel Lazo ante un envío del cerrador Amaury Sanit, se convirtió en una pesadilla que arrastró “Enriquito” por buen tiempo.
Sin embargo, su tenacidad y coraje tanto como el inmenso amor a la camiseta, fueron virtudes impulsoras para que Enrique Díaz continuara su camino. Y, tal vez como esa grandeza que inexplicablemente tiene el béisbol, luego de una temporada donde dejó récord de 100 anotadas en la 42 Serie, Enrique Díaz ganó el primer título de su carrera cuando Industriales barrió 4-0 a Villa Clara. Pero, más allá de ese primer añorado título y obviamente sin saber qué le depararía el destino, “Enriquito” tocó la gloria al año siguiente, cuando Industriales volvió a repetir el pase de escoba sobre Villa Clara.
Después de siete años vistiendo el traje “azul”, Enrique Díaz regresó a Metropolitanos a los 40 años. Y, cuando para muchos parecía que aún no le quedaban hits en su swing de contacto o fuerza para seguir sorprendiendo como artista del robo de bases, demostró todo lo contrario. Maestría, es el adjetivo perfecto con el cual podría catalogar su ejemplar aporte nuevamente como capitán de los Rojos de la Capital.
En aquel año del regreso, durante la 48 Serie Nacional, “Enriquito” bateó 112 hits en 89 juegos y se embasó 193 veces, dejando esta considerable línea de .325/.452/.365 en 431 PAs (apariciones en home), con 89 carreras producidas (58 anotadas y 31 remolcadas). De ahí en adelante, tras retirarse con la desaparición de los Metros el 22 de abril de 2012, “Enriquito” cerró su ciclo de cuatro temporadas con los “Rojos”, para sumar 19 de sus 26 totales.
En esos últimos 353 juegos —después de cumplir sus 40 años—, Enrique bateó 363 hits, se embasó 669 veces para producir .412 OBP, ganó 285 bases por bolas y produjo 313 carreras. Simplemente, ¡admirable!
Aquella inolvidable noche de abril, 2004
Como sucede en momentos únicos propiciados por los Dioses del Béisbol, llegó la oportunidad de resarcir aquella pifia que lo había marcado hacía dos años. Industriales perdía 3-2 el Juego 4 de la final ante Villa Clara, pero los Azules tenían corredores en primera y tercera, ante una gran multitud en el Coloso del Cerro.
Sin outs en aquella noche del jueves 8 de abril de 2004, Enrique Estéban Díaz Martínez entró al plato para enfrentarse al relevista villaclareño, Eliecer Montes de Oca. En ese instante, Enrique llevaba de 3-2 en la noche y registraba promedio de .467 en la final, tras embasarse 10 veces en casi cuatro partidos.
Montes de Oca, que había dominado a 10 de sus 11 rivales desde que entró en el quinto inning y antes de abrir el noveno, cayó debajo en el conteo tras lanzar dos bolas. Enrique miró para el dugout, y Anglada le hizo una seña como dejándole saber: ¡Cógelo! ¡Es tuyo!
Al pitcheo siguiente, Enrique haló con furia y envió la pelota a lo profundo del left-center, para decidir el campeonato a favor de Industriales y completar la segunda barrida 4-0 ante Villa Clara.
Ese sin duda alguna, entre los 2,378 hits que conectó en toda su carrera, fue el batazo más importante en las 9,720 veces que Enrique Díaz se paró en home durante 26 temporadas.
Decidir en el estadio Latinoamericano, era el contexto perfecto y merecido para “Enriquito”, quien mostró en cada una de sus lágrimas la vergüenza de un hombre que siempre entregó alma y corazón en el terreno de béisbol.
(Fotos de Enrique Díaz/Ricardo López Hevia)
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